martes, 7 de mayo de 2013
Eloy Alfaro "El Viejo Luchador"
Difícil tarea la de rastrear la faceta cotidiana de un hombre que ha sido devorado por su propio mito. Como en una mala trama de telenovela, Eloy Alfaro ha quedado atrapado, por obra de historiadores, detractores y adoradores, en apenas dos categorías: ángel o demonio. Pero como en todo hombre, sus actos y su figura son más complejos .
Próximos a recordar los 100 años de su muerte (28 de enero de 1912), varios historiadores y material bibliográfico son la fuente para escarbar en el pasado y tratar de entender a Alfaro, el ser humano, en contraposición de Alfaro, el símbolo.
Lo principal es entender al hombre en su contexto; Alfaro era el joven hijo de una familia próspera de comerciantes, por lo tanto “estaba dentro de la naciente burguesía que buscaba todo tipo de libertades, entre ellas la económica”, dice el historiador Carlos Landázuri, que completa esta observación: “a él se le ofrece por un lado la adhesión al status quo y por otro llevar a la práctica los planteamientos de las revoluciones burguesas, que es por lo que opta, por sus intereses personales de clase, por su actividad económica”.
“No fue ignaro, pero tampoco culto”, apunta Jorge Salvador Lara en su ‘Breve historia contemporánea del Ecuador’. Y es que desde joven acompañó a su padre en sus viajes, sobre todo por Centroamérica, para comerciar sombreros de paja toquilla, lo cual lo alejó de una educación sistemática. Eso sí, era hombre de lecturas y de trato con intelectuales liberales, como asegura Landázuri, pues en esos mismos viajes conoció a hombres importantes (muchos de ellos masones), con quienes tuvo amistad, y de quienes se nutrió; entre ellos José Martí, quien diría de Alfaro: “Es uno de los pocos latinoamericanos de creación”, como lo recoge el historiador José Antonio Gómez Iturralde, en su blog Desde mi trinchera.
Una de sus hagiógrafas, Marcela Costales -autora del libro de bolsillo ‘El Glorioso Peregrino’-, destaca precisamente la calidad de amigo que fue Alfaro: leal, considerado. “Mantuvo permanentemente la amistad con Juan Montalvo, José Peralta, José Martí, Ricardo Palma, y eso le permitió sobrevivir en los exilios”.
Al ser consultados, Costales, Landázuri y Salvador Lara coinciden en la naturaleza de “hombre bueno” del líder liberal. Ni siquiera las condiciones atroces de las constantes luchas y conspiraciones en las que estuvo envuelto lo volvieron un hombre cruel. Aunque sí fue permisivo con la crueldad varias veces ejercida por sus colaboradores, como Manuel Antonio Franco o su sobrino Flavio Alfaro.
Y aunque sobrio en el trato y las formas, Salvador Lara asegura que “le deleitaba que le adularan. Y tenía una mezcla extraña de soberbia y humildad simultáneas: estaba convencido de su destino, su superioridad entre los suyos (...) y se creía predestinado a gobernar mientras le durase la vida (...)”.
De su vida familiar se conoce poco, y siempre lo mismo: fue un esposo fiel, “enamorado de Doña Ana”, dice Salvador Lara; un padre cariñoso, pero estricto; un buen hijo. Es decir, un hombre modelo en el ámbito doméstico. Esta, dice Costales, fue una de las razones por las que se decidió a investigar su vida. “Esa relación extraordinaria de cariño que tenía con su familia y, de manera especial, el respeto profundo que tuvo hacia la mujer”.
Sin embargo, su relación con sus hijos fue en buena parte epistolar -“cartas muy cariñosas y pedagógicas”, apunta Costales-, pues estuvo mucho tiempo fuera del hogar. Su esposa e hijos conocieron la necesidad económica: su dinero y energía personal se destinaban a lo que él llamaba el “deber” (la revolución), ese por el cual su familia fue muchas veces relegada a un segundo plano.
Marco Navas, catedrático de la Universidad Andina, señala otra característica que define al Alfaro hombre -y que aporta de manera importante al mito-: su radicalidad. Esta se levantaba sobre los cimientos de su indeclinable tenacidad, la misma que le llevó a no sucumbir ante las derrotas.
Contrario a lo que por muchos años se difundió, Alfaro no fue un anticlerical rabioso. Muchos aseguran que ni siquiera fue ateo, entre ellos Costales y Salvador Lara. Para este último, un valioso rasgo de su carácter era el profundo respeto que sentía por los diversos credos, como el catolicismo acentuado de su esposa, Ana Paredes Arosemena. Costales incluso asegura que no era raro escucharle decir: “Mi hermano mayor Jesucristo”, porque según sus investigaciones él conocía muy bien los evangelios.
Hombre de acción, que también supo actuar fuera del campo de batalla como un estadista. Su visión de un Ecuador unido, de una patria con identidad lo hermana -según Salvador Lara- con García Moreno. También lo asemejan al líder conservador otros rasgos de carácter: el autoritarismo, por ejemplo.
Humano al fin, contradictoriamente, mientras por un lado logró libertades vitales para la sociedad ecuatoriana, por otro, conculcó en nombre de ‘la libertad’ muchas otras libertades.
fuente bibliográfica : http://www.elcomercio.com.ec/cultura/Eloy_Alfaro-Viejo-Luchador-mito-hombre_0_631736940.html
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